sábado, 19 de enero de 2013





La niña Elvira

Lilia Gutiérrez Riveros


La Niña Elvira, en realidad era una señorita muy elegante, pertenecía a una de las familias más distinguidas de Málaga. Las malas lenguas decían que sufría una enfermedad que se mantenía en secreto. Eso ocurrió en la década de los sesentas.

Durante los años de estudio en el colegio del Rosario, ubicado a dos cuadras de la catedral, ella siempre sobresalió por su gran rendimiento académico y su sentido de la abnegación que siempre inculcaron las monjas en las clases de religión.

Unos cuantos jóvenes del Custodio García Rovira y del colegio Industrial se peleaban por ser el novio de Elvirita, pero ella no parecía poner atención a ninguno de ellos por más apuestos que fueran. Además, la familia siempre tenía en cuenta si esos muchachos pertenecían o no al único Club del pueblo.

En abril de 1967, llegó un viajero al colegio del Rosario a dictar conferencias sobre filosofía y la importancia de despertar en las niñas el sentido del análisis y motivar la lectura entre las estudiantes de los cursos superiores.  Las monjas valoraron la metodología moderna del filósofo que llegaba a Málaga.  Ese hombre le causó una impresión muy especial a Elvira, que siempre estaba rodeada de sus tres amigas. Las niñas estaban pendientes del conferencista, tan atentas para llevarle un vaso con agua, un lápiz, una tiza, todo cuanto al conferencista se le ocurría. En los siguientes días empezó  a hablar de teatro, de la necesidad de desarrollar el talento en las niñas. Dictó varias clases magistrales y en los descansos siempre buscaba a Elvira para entablar conversación.

Eduardo De La Concha era su nombre y según las referencias, era un filósofo venido de la misma ciudad de Málaga, España, que quería conocer la capital de la provincia de García Rovira por la curiosidad que le causaba que llevara el mismo nombre de su ciudad de origen.

Desde que vio Elvira quedó flechado por su elegancia, su porte de niña distinguida,  su rostro pálido donde sobresalía la mirada del tono de los sauces, el cabello castaño ondulado cayendo sobre la espalda y su cuerpo, como escultura de los 17 años.

Las estudiantes del colegio sabían quién tenía novio o si alguien enviaba algún mensaje a alguna de las niñas. En realidad, casi todos los papeles de noviazgo pasaban por las distintas miradas de las niñas de cada curso. Por lo general, la última en leer el mensaje siempre era la protagonista. Se conocía cuando un muchacho enviaba un poema, como si él mismo lo hubiera escrito, para la niña de sus sueños, también pasaban acrósticos por las diversas manos y lecturas. Elvira seguía en su reserva. En todo Málaga hasta el momento en que llegó Eduardo De La Concha con su habladito golpeado de español, no se sabía que ella hubiera puesto atención a ninguna frase cariñosa, a ninguno de los piropos  de los muchachos que frecuentaban el parque principal, ni nada por el estilo.

Eduardo De La Concha se puso en la tarea de conquistarla. Todo el pueblo hablaba de la posible boda de Elvira con el español. No era para menos, Elvira era hija única y en aquellos tiempos las familias más pequeñas eran de 6 hijos. Pero Elvira era especial, hermosa y pertenecía a las familias más adineradas de la provincia.  Después de tres meses de noviazgo, se empezó a especular que la boda se realizaría una vez Elvira terminara su bachillerato, que se graduara con honores en el colegio del Rosario.

Se rumoraba acerca de la posible fecha, del vestido que se le había encargado a la mejor casa de novias de Bucaramanga, de los invitados, del Club, el único club del pueblo, el Club de Leones, del ajuar de la novia, de las flores que adornarían la Catedral, de los invitados, invitados que desde luego, eran muy exclusivos porque según los comentarios, la familia de Eduardo De La Concha llegaría desde la misma España para asistir al acontecimiento más importante de Málaga en mucho tiempo.

Los padres de Elvira a mediados de octubre ofrecieron una recepción en el Club de Leones con asistencia de autoridades eclesiásticas, civilices y algunos militares con las familias más adineradas del pueblo, para anunciar el acontecimiento. Además invitaron a la Madre superiora Rectora del colegio del Rosario y a sor Carlina, directora de curso de 6º Bachillerato. A partir de ese momento, los muchachos que pretendieron a Elvira quedaron en la sombra.
Durante los siguientes días se habló de los trajes que utilizarían los invitados, especialmente las señoras y las tres amigas de Elvira, compañeras de colegio. En Diciembre de 1968 sería la boda.

A finales de octubre el señor De La Concha dijo que tenía que ir a España a buscar los papeles necesarios para la boda, que sería oficiada por Monseñor Castellanos en misa concelebrada con 12 sacerdotes.

Por esa época apareció en Málaga un vendedor ambulante que iba de casa en casa vendiendo vestidos traídos de Bogotá y que a lo mejor habían llegado a Bogotá de otro país. Se hospedada en una pensión cercana al  parque principal. También le ofreció ropa a  Elvira y a su familia. Ofrecía vestidos muy llamativos, de última moda.

Se cuenta que Eduardo De La Concha le pidió prestada una cantidad considerable de dinero a don Pablo Herrán, padre de Elvirita,  para el viaje a España. Según el señor De La Concha pagaría con intereses la deuda. Los comentarios decían, que el señor De La Concha debía viajar a España, con el fin de traer de ese país, su traje para la boda porque él no mandaría hacer ningún traje a ningún sastre de pueblo  y que regresaría con los integrantes de la familia que lo acompañarían en tan importante acontecimiento. Además, agregó que estaba ansioso por volver muy pronto al lado de su futura esposa, que no demoraría más de 15 días.  Lo cierto es que Eduardo De La Concha se fue el 24 de octubre y como si el cielo se lo hubiera llevado en el avión que partió de Bogotá, porque hasta allá, al mismo aeropuerto Eldorado de la capital lo acompañó el padre de Elvira. No volvió, ni se volvió a tener noticia chica ni grande. Elvira quedó desolada. Los pretendientes se habían retirado por completo. Pasó el mes de noviembre y nada se sabía. Elvira se graduó, recibió la medalla a la excelencia, sin fiesta ni nada por el estilo. Se encerró y no volvió a salir de su casa.

Las empleadas de la familia Herrán, cuando salían a la tienda, decían que se veía muy pálida y que comía muy poco. Lo cierto es que el 5 de diciembre la noticia intempestiva conmovió al pueblo. La hija única de don Pablo Herrán y la señora Cristina Caicedo, había muerto. El pueblo conmovido. Al velorio asistió todo el mundo.

La amortajaron con uno de los vestidos más lindos que le habían comprado los padres como regalo de bodas. Le pusieron sus mejores joyas. Se veía en el ataúd como un ángel, con sus manos puestas, donde sobresalía el anillo de diamantes con los aretes que le hacían juego, que don Pablo le había regalado con motivo de los 15 años. También le pusieron una cadena con dije de diamante.  Don Pablo y la señora estaban inconsolables. A la ceremonia encabezada por Monseñor Castellanos,  fue todo el pueblo, incluyendo gente de las veredas, nadie necesitó invitación, incluso el vendedor de ropa proveniente al fin, no se sabía de dónde, porque a veces decía que venía de Bucaramanga y otras que de Bogotá, estuvo muy pendiente y muy cerca del ataúd, parecía muy compungido el vendedor, que hacía un mes había llegado al pueblo y que siempre dijo que regresaría a Bucaramanga y luego a Bogotá porque su trabajo estaba en todas partes.

En el cementerio hubo discursos de las personas más allegadas a la familia y unas palabras muy sentidas de Monseñor Castellanos que tanto apreciaba a los Herrán. El vendedor no se despegó en ningún instante del ataúd, se veía muy afectado,  permaneció  pegado a los padres de Elvira.

A la siguiente noche hubo un escándalo en el pueblo. Se dijo que por las calles corría un espectro que se había levantado para asustar a la gente, especialmente a los hombres que frecuentaban la zona de tolerancia, que está muy cerca del cementerio.

Lo cierto es que el vendedor se dio a la tarea de llegar al camposanto a altas horas de la noche, cuando el sepulturero había regresado a casa,  cuando el pueblo dormía, en la etapa  de descanso, en ese lapso en que la luna parecía dejar de vigilar. Se las ingenió para abrir la cripta, que tenía los ladrillos pegados pero con la mezcla de cemento fresca, allí donde Elvira empezaba a descansar en paz. De manera muy hábil y con su mayor esfuerzo sacó el ataúd. Aunque sudaba copiosamente debía darse prisa, de manera que abrió el féretro y empezó a quitarle las joyas. Como la mano estaba muy rígida, con la navaja de bolsillo empezó a cortar el dedo anular de la mano derecha donde resplandecía incluso en la penumbra el anillo de diamantes. El susto fue muy grande cuando, Elvira lanzó el primer grito. Luego, se sentó en el ataúd, trató de agarrar de la mano al vendedor, pero él se soltó de inmediato.  Ella se despojó de la manta que le habían puesto en la cabeza y empezó a correr al vendedor de trajes; él corría como alma perdida, ella, le pedía que la esperara. Fue terrible, ella estaba descalza y corría detrás pidiéndole ayuda. Ante semejantes gritos, algunos dicen haber visto al ánima sola corriendo con su mortaja por las calles, la gente se encerró en sus casas. Los hombres que aún permanecían en la zona de tolerancia, al día siguiente, se encargaron de crear toda clase de cuentos de espantos y que llegaban asustados a sus hogares.

Elvira, maltratada sin el dedo anular, con el dolor y desangrándose, corrió por más de 15 calles. Dice la gente, que se escuchaban gritos y gemidos del más allá. Elvira llegó a su casa ubicada en la esquina oriental en el Parque principal, muy cerca de la catedral. Su padre no quería abrirle porque consideraba que era un espectro, hasta que una de las empleadas se atrevió a salir con una vela bendita encendida y con el rosario en la mano rezando, vio cuando entró  Elvira, casi desmayada por la pérdida de sangre de su dedo anular derecho y los pies maltratados. Entre alegría y confusión, don Pablo y su esposa temblando ante la sorpresa de saberla viva, la  llevaron al hospital, donde fue atendida. Muy a las dos de la mañana fue un muchacho enviado por el padre de Elvira a llamar al doctor Morales para que fuera de inmediato al hospital.

Días después la tarea ardua fue para el padre de Elvira que debía encontrar al vendedor de ropa que le robó el anillo a su hija. El vendedor que abrió la fosa en busca del anillo no se quería dejar ver de Elvira porque lo enviaría a la cárcel. Fue una misión titánica, Elvira sólo quería conocer al hombre que le salvó la vida.


Lilia Gutiérrez Riveros, Macaravita, Santander, Colombia. Poeta, ensayista, narradora, investigadora y autora de libros científicos. 



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