La niña Elvira
Lilia Gutiérrez Riveros
Durante los años de estudio en el
colegio del Rosario, ubicado a dos cuadras de la catedral, ella siempre
sobresalió por su gran rendimiento académico y su sentido de la abnegación que
siempre inculcaron las monjas en las clases de religión.
Unos cuantos jóvenes del Custodio
García Rovira y del colegio Industrial se peleaban por ser el novio de
Elvirita, pero ella no parecía poner atención a ninguno de ellos por más
apuestos que fueran. Además, la familia siempre tenía en cuenta si esos
muchachos pertenecían o no al único Club del pueblo.
En abril de 1967, llegó un viajero al
colegio del Rosario a dictar conferencias sobre filosofía y la importancia de
despertar en las niñas el sentido del análisis y motivar la lectura entre las
estudiantes de los cursos superiores. Las monjas valoraron la metodología moderna
del filósofo que llegaba a Málaga. Ese
hombre le causó una impresión muy especial a Elvira, que siempre estaba rodeada
de sus tres amigas. Las niñas estaban pendientes del conferencista, tan atentas
para llevarle un vaso con agua, un lápiz, una tiza, todo cuanto al
conferencista se le ocurría. En los siguientes días empezó a hablar de teatro, de la necesidad de
desarrollar el talento en las niñas. Dictó varias clases magistrales y en los
descansos siempre buscaba a Elvira para entablar conversación.
Eduardo De La Concha era su nombre y
según las referencias, era un filósofo venido de la misma ciudad de Málaga,
España, que quería conocer la capital de la provincia de García Rovira por la
curiosidad que le causaba que llevara el mismo nombre de su ciudad de origen.
Desde que vio Elvira quedó flechado por
su elegancia, su porte de niña distinguida, su rostro pálido donde sobresalía la mirada
del tono de los sauces, el cabello castaño ondulado cayendo sobre la espalda y
su cuerpo, como escultura de los 17 años.
Las estudiantes del colegio sabían
quién tenía novio o si alguien enviaba algún mensaje a alguna de las niñas. En
realidad, casi todos los papeles de noviazgo pasaban por las distintas miradas de
las niñas de cada curso. Por lo general, la última en leer el mensaje siempre
era la protagonista. Se conocía cuando un muchacho enviaba un poema, como si él
mismo lo hubiera escrito, para la niña de sus sueños, también pasaban
acrósticos por las diversas manos y lecturas. Elvira seguía en su reserva. En
todo Málaga hasta el momento en que llegó Eduardo De La Concha con su habladito
golpeado de español, no se sabía que ella hubiera puesto atención a ninguna
frase cariñosa, a ninguno de los piropos
de los muchachos que frecuentaban el parque principal, ni nada por el
estilo.
Eduardo De La Concha se puso en la tarea
de conquistarla. Todo el pueblo hablaba de la posible boda de Elvira con el
español. No era para menos, Elvira era hija única y en aquellos tiempos las
familias más pequeñas eran de 6 hijos. Pero Elvira era especial, hermosa y
pertenecía a las familias más adineradas de la provincia. Después de tres meses de noviazgo, se empezó
a especular que la boda se realizaría una vez Elvira terminara su bachillerato,
que se graduara con honores en el colegio del Rosario.
Se rumoraba acerca de la posible fecha,
del vestido que se le había encargado a la mejor casa de novias de Bucaramanga,
de los invitados, del Club, el único club del pueblo, el Club de Leones, del
ajuar de la novia, de las flores que adornarían la Catedral , de los
invitados, invitados que desde luego, eran muy exclusivos porque según los
comentarios, la familia de Eduardo De La Concha llegaría desde la misma España para
asistir al acontecimiento más importante de Málaga en mucho tiempo.
Los padres de Elvira a mediados de
octubre ofrecieron una recepción en el Club de Leones con asistencia de
autoridades eclesiásticas, civilices y algunos militares con las familias más
adineradas del pueblo, para anunciar el acontecimiento. Además invitaron a la Madre superiora Rectora del
colegio del Rosario y a sor Carlina, directora de curso de 6º Bachillerato. A
partir de ese momento, los muchachos que pretendieron a Elvira quedaron en la
sombra.
Durante los siguientes días se habló
de los trajes que utilizarían los invitados, especialmente las señoras y las
tres amigas de Elvira, compañeras de colegio. En Diciembre de 1968 sería la
boda.
A finales de octubre el señor De La Concha dijo que tenía que
ir a España a buscar los papeles necesarios para la boda, que sería oficiada
por Monseñor Castellanos en misa concelebrada con 12 sacerdotes.
Por esa época apareció en Málaga un
vendedor ambulante que iba de casa en casa vendiendo vestidos traídos de Bogotá
y que a lo mejor habían llegado a Bogotá de otro país. Se hospedada en una
pensión cercana al parque principal.
También le ofreció ropa a Elvira y a su familia.
Ofrecía vestidos muy llamativos, de última moda.
Se cuenta que Eduardo De La Concha le pidió prestada
una cantidad considerable de dinero a don Pablo Herrán, padre de Elvirita, para el viaje a España. Según el señor De La Concha pagaría con
intereses la deuda. Los comentarios decían, que el señor De La Concha debía viajar a
España, con el fin de traer de ese país, su traje para la boda porque él no
mandaría hacer ningún traje a ningún sastre de pueblo y que regresaría con los integrantes de la
familia que lo acompañarían en tan importante acontecimiento. Además, agregó
que estaba ansioso por volver muy pronto al lado de su futura esposa, que no
demoraría más de 15 días. Lo cierto es
que Eduardo De La Concha
se fue el 24 de octubre y como si el cielo se lo hubiera llevado en el avión
que partió de Bogotá, porque hasta allá, al mismo aeropuerto Eldorado de la
capital lo acompañó el padre de Elvira. No volvió, ni se volvió a tener noticia
chica ni grande. Elvira quedó desolada. Los pretendientes se habían retirado
por completo. Pasó el mes de noviembre y nada se sabía. Elvira se graduó,
recibió la medalla a la excelencia, sin fiesta ni nada por el estilo. Se
encerró y no volvió a salir de su casa.
Las empleadas de la familia Herrán,
cuando salían a la tienda, decían que se veía muy pálida y que comía muy poco.
Lo cierto es que el 5 de diciembre la noticia intempestiva conmovió al pueblo.
La hija única de don Pablo Herrán y la señora Cristina Caicedo, había muerto.
El pueblo conmovido. Al velorio asistió todo el mundo.
La amortajaron con uno de los
vestidos más lindos que le habían comprado los padres como regalo de bodas. Le
pusieron sus mejores joyas. Se veía en el ataúd como un ángel, con sus manos
puestas, donde sobresalía el anillo de diamantes con los aretes que le hacían
juego, que don Pablo le había regalado con motivo de los 15 años. También le pusieron
una cadena con dije de diamante. Don
Pablo y la señora estaban inconsolables. A la ceremonia encabezada por Monseñor
Castellanos, fue todo el pueblo,
incluyendo gente de las veredas, nadie necesitó invitación, incluso el vendedor
de ropa proveniente al fin, no se sabía de dónde, porque a veces decía que
venía de Bucaramanga y otras que de Bogotá, estuvo muy pendiente y muy cerca
del ataúd, parecía muy compungido el vendedor, que hacía un mes había llegado
al pueblo y que siempre dijo que regresaría a Bucaramanga y luego a Bogotá
porque su trabajo estaba en todas partes.
En el cementerio hubo discursos de
las personas más allegadas a la familia y unas palabras muy sentidas de
Monseñor Castellanos que tanto apreciaba a los Herrán. El vendedor no se despegó
en ningún instante del ataúd, se veía muy afectado, permaneció
pegado a los padres de Elvira.
A
la siguiente noche hubo un escándalo en el pueblo. Se dijo que por las calles
corría un espectro que se había levantado para asustar a la gente, especialmente
a los hombres que frecuentaban la zona de tolerancia, que está muy cerca del
cementerio.
Lo cierto es que el vendedor se dio
a la tarea de llegar al camposanto a altas horas de la noche, cuando el
sepulturero había regresado a casa, cuando
el pueblo dormía, en la etapa de
descanso, en ese lapso en que la luna parecía dejar de vigilar. Se las ingenió
para abrir la cripta, que tenía los ladrillos pegados pero con la mezcla de
cemento fresca, allí donde Elvira empezaba a descansar en paz. De manera muy
hábil y con su mayor esfuerzo sacó el ataúd. Aunque sudaba copiosamente debía
darse prisa, de manera que abrió el féretro y empezó a quitarle las joyas. Como
la mano estaba muy rígida, con la navaja de bolsillo empezó a cortar el dedo
anular de la mano derecha donde resplandecía incluso en la penumbra el anillo
de diamantes. El susto fue muy grande cuando, Elvira lanzó el primer grito.
Luego, se sentó en el ataúd, trató de agarrar de la mano al vendedor, pero él
se soltó de inmediato. Ella se despojó de
la manta que le habían puesto en la cabeza y empezó a correr al vendedor de
trajes; él corría como alma perdida, ella, le pedía que la esperara. Fue
terrible, ella estaba descalza y corría detrás pidiéndole ayuda. Ante semejantes
gritos, algunos dicen haber visto al ánima sola corriendo con su mortaja por
las calles, la gente se encerró en sus casas. Los hombres que aún permanecían
en la zona de tolerancia, al día siguiente, se encargaron de crear toda clase
de cuentos de espantos y que llegaban asustados a sus hogares.
Elvira, maltratada sin el dedo
anular, con el dolor y desangrándose, corrió por más de 15 calles. Dice la
gente, que se escuchaban gritos y gemidos del más allá. Elvira llegó a su casa
ubicada en la esquina oriental en el Parque principal, muy cerca de la catedral.
Su padre no quería abrirle porque consideraba que era un espectro, hasta que
una de las empleadas se atrevió a salir con una vela bendita encendida y con el
rosario en la mano rezando, vio cuando entró Elvira, casi desmayada por la pérdida de
sangre de su dedo anular derecho y los pies maltratados. Entre alegría y
confusión, don Pablo y su esposa temblando ante la sorpresa de saberla viva,
la llevaron al hospital, donde fue
atendida. Muy a las dos de la mañana fue un muchacho enviado por el padre de
Elvira a llamar al doctor Morales para que fuera de inmediato al hospital.
Días después la tarea ardua fue para
el padre de Elvira que debía encontrar al vendedor de ropa que le robó el
anillo a su hija. El vendedor que abrió la fosa en busca del anillo no se
quería dejar ver de Elvira porque lo enviaría a la cárcel. Fue una misión
titánica, Elvira sólo quería conocer al hombre que le salvó la vida.
Lilia
Gutiérrez Riveros, Macaravita, Santander, Colombia. Poeta, ensayista, narradora, investigadora y autora de libros científicos.
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